martes, 19 de enero de 2016

El Diablo Mundo - José de Espronceda



 
Canto III

Fue aquel día el asombro de la villa
y escándalo de todo hombre sesudo,
yendo tras él de gente una traílla
que aterra a veces su ademán forzudo.
Allí corren los chicos, aquí chilla 
una mujer al verle andar desnudo,
y algunas que los ojos se taparon
por pronto que acudieron lo miraron.
   Y andando así, la gente ya le acosa,
y alguno allí de condición liviana 
quiere que pruebe la intención graciosa
y el trato afable de la especie humana.
Y arrojándole piedras, con donosa
burla por gusto e intención villana,
le hizo el dolor sentir, para que sepa 
que no hay placer donde el dolor no quepa.
   Que entró en el mundo nuestro mozo apenas.
Y su dicha y el mundo bendecía,
e inocentes miradas y serenas
vertiendo en torno afable sonreía, 
cuando la bruta gente a manos llenas
lanzaba en él cuanto dolor podía,
que en traspasar disfrutan los humanos
su dolor en el alma a sus hermanos.
   Sintió el dolor, y el rostro placentero 
súbito coloró de azul la ira,
y ya el semblante demudado y fiero
con ojos torvos a la gente mira.
Huye el cobarde vulgo a lo primero,
piedras después sin compasión le tira, 
gritan: al loco, y con temor villano
huyen y le señalan con la mano.
   ¿Quién de nosotros la ilusión primera
recuerda acaso con su niñez perdida?
¿Cuál el primer dolor, la mano fiera, 
que abrió en el alma la primera herida?
¡Ay!, desde entonces, sin dejar siquiera
un solo día, siempre combatida
el alma de encontrados sentimientos,
ha llegado a avezarse a sus tormentos, 
   mas ¡ay!, que aquel dolor fue tan agudo
que el alma atravesó sin duda alguna,
fue de todos los golpes el más rudo
que injusta nos descarga la fortuna.
Cuando inocente el corazón desnudo, 
en el primer columpio de la cuna,
se abre el amor en su ilusión divina,
y en él se clava inesperada espina,
   ¡y después!, ¡y después!... Así el mancebo,
hombre en el cuerpo y en el alma niño, 
todo a sus ojos reluciente y nuevo,
todo adornado con gentil aliño,
del falso mundo el engañoso cebo
corre y brinda bondad, brinda cariño,
y el mundo, que al placer falaz provoca, 
dolor da en cambio al alma que lo toca.
   Mas deje: el mundo por su amor se encarga
como un chorizo de curarla al humo,
¡y de hiel rica quinta esencia amarga
sacar para bañarla con su zumo! 
Luego la ensancha más, luego la alarga,
la esquina, en fin, con artificio sumo,
hasta que endurecida y hecha callo,
suave al tacto le parece un rallo.
   Grave dolor el del mancebo ha sido, 
grave dolor, porque de aquella gente
la injusticia y crueldad ha comprendido
con que paga su amor tan inocente.
No en el cuerpo, en el alma le han herido,
que es niña el alma y varonil la mente, 
y del juicio y razón le ha dotado,
para que juzgue el mal que le ha tocado.
   Sintió primero cólera, y pasando
el físico dolor al pensamiento.
Volvió los ojos tristes implorando 
piedad con amoroso sentimiento.
Madre tal vez en su dolor buscando
que temple con caricias su tormento,
mas los nombres no sirven para madres,
y aún apenas, si valen para padres. 
   Cuando llegó un piquete, y bien le avino,
que la gente ahuyentó con su llegada
y el mozo, agradecido a su destino,
miraba con placer la gente armada:
pregúntanle después de donde vino, 
cómo va en cueros, dónde es su morada,
y él, que no sabe hablar, nada responde,
los mira, y sigue sin saber adónde.
   ¿Y adónde va? A la cárcel prisionero,
que andar desnudo es ser ya delincuente; 
él, entretanto, observa placentero
los colores que viste aquella gente.
Y de una bayoneta lo primero,
al mirarla tan tensa y reluciente,
tocó la punta en su delirio insano, 
y en su inocente afán se hirió una mano.
   Y éste fue entonces el dolor segundo,
y dejaremos ya de llevar cuenta,
que para algo Dios nos echa al mundo,
y la letra con sangre entra y se asienta. 
Y así la razón gana, así el profundo
juicio con la experiencia se alimenta,
y porque aprenda, el mundo así recibe
al que no sabe cómo en él se vive.

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